foto: gastón malgieri
Son tres amigas que
trabajan juntas, a las que el dolor y el deseo les resuenan parecido. Son
Fernanda Álvarez, Vanesa Salazar y Soledad Pérez. Cuando salen a escena, hay
poesía y música de la mano de un arpa. También hay ganas de cambiar un orden de
cosas, de hackear el sistema. Este año presentaron“Tempo di donna”, su primera
obra, en el Festival de Música Clásica Tradicional en Río de Janeiro. Otra de
sus obras, “Sonata Cuasi Capricciosa”, se inscribe en el feminismo en tanto
problematiza el rol asignado a la mujer. Estas chicas apuestan al arte “como un
alimento diferente del arroz, pero igual de necesario”.
Se juntaron por primera vez en reunión de brujas; más bien, en una cena para festejar el año nuevo chino en una terraza. Cada invitada tenía que llevar a una amiga que las demás no conozcan. Es un ritual que todavía sostienen para “celebrar a las sabias”. Sole y Fer habían trabajado juntas en una obra que no era tanto sobre el aborto como sobre el derecho a decidir, basado en el caso de Romina Tejerina. Vane recién llegaba a Córdoba.
La eclosión de sus poéticas personales en formato de espectáculo poético musical me suena como una prolongación de ese fuego en el que se reunieron “a quemar lo que queremos que se vaya y a quemar lo que queremos que venga”, como ellas dicen.
Fue en 2012 la primera chispa, en una jornada que organizaba el Centro de Producción e Investigación en Artes de la Universidad Nacional de Córdoba. Invitaron a Fer, pero ella pensó “¿qué voy a hacer yo sola con el arpa?”. Entonces, llamó a Vane para que la acompañara con sus textos, para que la literatura dialogara con la música. Y funcionó. Salió bien, la pasaron lindo y… no las podían bajar del escenario. Sin embargo, a la dupla le faltaba “el tercer ojo”, y ahí es cuando llamaron a Sole. La invitaron a compartir su mirada para alimentar la dimensión escénica de la propuesta, algo así como para que las “dirigiera”. En realidad, lo de Sole es disfrutar desde afuera.
Acerca del arte militante
Ponerle a las cosas el nombre que se les cante en los ovarios es un gesto de lucidez propio de cualquier ejercicio artístico y necesario en toda práctica política que no pretenda reducirse al perímetro de sus dogmas. Desde ese lugar se plantan como feministas, y asumen la dimensión de militancia que implica el proyecto artístico.
La autoconsciencia con la que hablan sobre el movimiento feminista en días cercanos al #NIUNAMENOS es brutal y honesta: “Algunos feminismos no están buscando transformar sino seguir en este sistema patriarcal. Además, parte de lo que nos falta construir tiene que ver con las reproducciones del discurso machista que generan algunas mujeres desde su lugar de víctimas de violencia. Por otro lado, jamás ninguna de nuestras producciones quiso ser un sermón”, afirman. Desde el territorio de “un feminismo que busca generar una pregunta sin querer matar al macho, ni al macho ni a la hembra, un feminismo que no mate a nadie”, su militancia artística podría traducirse mejor como la práctica de “poner en jaque el imaginario social sobre lo que dicen que es ser mujer”.
El feminismo, como acción social y reflexión política, camina en la dirección opuesta a la muerte de alguien o el retroceso de algo; avanza en sentido oblicuo y disgregado (como toda acción social y reflexión política plural) hacia la revitalización de los cuerpos que el capitalismo patriarcal convirtió en objetos rentables. ¿Algún cuerpo se salvó de ser penetrado por la violencia que producen los hombres para conservar las desigualdades que los favorecen? Si algún cuerpo de esos existió a lo largo de la historia, solamente vamos a poder encontrarlo en alguna casa a la que la desigualdad la haya dejado del lado de arriba. Para todos los demás, existe el feminismo.
Una carta bajo la manga que ningún masculinismo supo cómo usar. Una carta que hoy es popular a fuerza de generosidad femenina y no de marketing, una herramienta de transformación real, para cualquiera que quiera producir un cambio en el estado de las cosas.
Sonata Cuasi Capricciosa propone “el arte como un alimento diferente del arroz” pero igual de necesario. La obra se inscribe en el feminismo en tanto problematiza el rol asignado a la mujer desde los paradigmas heteronormativos que nos gobiernan. Esta obra de arte transdisciplinar se constituye como una alternativa de construcción colectiva y reconfiguración posible de la experiencia.
Para Vanesa, Fernanda y Soledad, “no importa con quién te acostás”, lo que importa es cuestionarse. Cuestionarse hasta qué punto sos vos el que está eligiendo lo que hace, no vaya a ser cosa que al dolor y al deseo te lo establezcan otros. Cuestionarse permite asumirse vulnerable, poner en jaque el discurso totalitario que todos los días nos obliga a posar autosuficientes y super poderosos porque la vulnerabilidad no paga.
Arte de guerrillas
En Argentina, en el 2001, un par de meses antes del desmadre y de los cacerolazos, se emitió por una serie de televisión que casi no tuvo éxito. Carlín Calvo, apenas recuperado de un ACV, le ponía el cuerpo al personaje de Próspero, un paria, un marginal con potencia revolucionaria, especialista en informática que se había negado a participar en la guerra de Malvinas por disidencia ideológica y ahora (hace 14 años) recién se estaba recuperando de un atentado pergeñado por empresarios en el que fue dado por muerto.
Internet todavía era una novedad. Todavía no nos habíamos dado cuenta de que también era un instrumento de hiper vigilancia y domesticación, que por ser una sartén importada se nos iba a hacer bastante difícil agarrarla por el mango.
La serie proponía a Carlín Calvo como el primer hacker argentino, un guerrillero virtual que iba a tomar las armas digitales contra la injusticia perpetrada por las corporaciones políticas y financieras. “El hacker” intervenía en el modo en el que algunos distribuían la riqueza. Dicen los críticos que la serie no era buena. Cuando Sonata Cuasi Capricciosa afirmó que su táctica era “encontrarle una grieta al discurso hegemónico” y la estrategia consistía en intervenirlo para visibilizarlo jaqueado, yo no pude evitar acordarme de Carlín Calvo y su guerrilla ficticia. Fue una asociación libre entretenida, pero imprecisa. Dicen ellas que en su jaqueo “es una voz que da pelea… más que plantar bandera, se pone en el cuerpo y establece un lugar un lugar desde donde mirar lo diverso, lo múltiple”. Jaquear y Hackear se parecen mucho, más todavía cuando no tenemos cómo afirmar si lo verdadero es lo que ocurre adelante o detrás de la pantalla. Pero lo de ellas es más bello, más fuerte y más real: aunque Carlín dejaba todo en la cancha de la televisión, ver en vivo a tres chicas juntas hacer música, teatro y literatura a la vez se constituye como una experiencia más intensa. También es cierto que con el arte no alcanza: “lo social es muy fuerte en las búsquedas, pero terminás mostrando lo que hacés a un grupo de gente más o menos parecida a vos, que se siente muy bien con eso que está viendo, hace un poco de catarsis y se va tranquila a su casa. Nuestra llegada es a la clase media que le encanta sensibilizarse, solamente porque lo necesita, porque lo tiene naturalizado”.
Todxs somos hackers
De ambos lados de la pantalla hay un montón de hackers: los que soñamos con un mundo donde quepa la diversidad. Entretanto, hay que insistir con ese alimento diferente del arroz pero igual de necesario. Alrededor de la poronga radiofónica que emite los discursos masivos vamos a cavar un útero bien grande. Nos vamos a meter adentro para encontrarnos con palabras que junten ideas que estaban separadas, las vamos a cruzar con sonidos armónicos, y todo va a ser respetuoso y plural. Lo mejor es que, sea lo que sea que inventemos en ese pozo, va a ser nuestro. Va a estar hecho de palabras nuevas y ya no va importar si el artículo que le corresponde es 'el' o 'la'. La vamos a pasar bien.
Hay que aguantar; pero sí, se puede. Lo que perdura se construye despacio. Pero se puede. Y si no, miren a las hackers. Ellas (nos) llevan años luz.
